
El mundo se enciende y se apaga de forma incesante. No hay nada que pueda parar el eterno juego entre la luna y el sol, o más que un eterno juego, su deseo de conocer cada parte de la tierra en un momento distinto del día, que luego le da una oportunidad a la noche que cae de forma silenciosa y con previo permiso de su antecesor “tiempario”. Es como si tratasen de dar brillo cada uno a su propia manera, tratando de encontrar su lugar fuera del mundo ya que en su soledad conjunta han comprobado que nunca serán aceptados como parte de esa esfera alrededor han de mirar por siempre. Giran y giran sin parar alrededor de algo vasto y desconocido, de una gran cantidad de personas, donde una turba enfurecida busca darle castigo a su búsqueda de propósito que viene siendo de tipo celestial y si fuesen seres humanos quizás existencial.
Quien diría que seres tan pequeños con un llamado raciocinio puesto en sus mentes buscarían enemistarse con la luz. Todo porque el mundo parece simplemente darle al sol y a la luna el poder de llevar a cuestas el tiempo, haciéndolos sus enemigos mortales ya que su vaivén les impide volver atrás o correr hacia lo que llaman futuro. Piensan que estos celestiales compañeros, que no dejan de serles fieles, son en realidad rufianes que les castigan con su eterna órbita egoísta y desgraciada, cuando solo llevan milenios tratando de ser parte del mismo universo sin ser sus rivales. Pero como los segundos, minutos y horas no pueden parar ni retroceder, los cuerpos celestiales han de cargar con culpas que no son suyas.
Ninguno es convicto por tener un rol impuesto del que nunca encontraron a su creador. Lo que en su infancia comenzó como un juego de escondite donde la luna siempre perdía contra el sol, se convirtió en una adultez plagada de dudas y una vejez eterna donde se sufre por el simple hecho de no poder parar un momento en su cansado orbitar.
A esto se suman las estrellas, que, aunque pequeñas y brillantes, son las únicas admiradas por el mundo. Son acogidas con amor, ternura e ilusión. El mundo apaga cada luz que lo sostiene con tal de ver el esplendor de sus blancos destellos. Todos buscan alcanzar una y tocarla con la punta de sus dedos, dejarse envolver por una noche estrellada donde el brillo es sinónimo de muerte. Donde solo queda la luz de lo que una vez fue. Sin saberlo, la tierra encuentra inspiración en la muerte de un cuerpo fugaz.
El sol y la luna son tan nobles que, teniendo el poder de acabar con todo y con todos, deciden seguir esperando ser tan anhelados como las estrellas. Que aun muertas tienen más vida por delante. Son cuerpos entrelazados que en medio de su separación buscan piedad y el perdón que nunca debieron haber pedido. Un perdón que el mundo les adeuda por tratarlos como simples objetos rotos y olvidados que, si estuviesen al alcance de su mano, permanecerían encadenados en una prisión sin salida.
El mundo encuentra en el sol y la luna a los chivos expiatorios de todos sus males. Culpan al sol por hacer arder el pecho, por hacer arder el alma, por hacerlos arder en ira y por hacer arder las heridas que han infligido de forma permanente en su vasto territorio. En la luna imponen su hipocresía y falta de humanidad, culpándola por incitar deseos impíos, por cobijar los crímenes de almas perdidas y por cortar los sueños de los que sólo encuentran consuelo a los pies de su almohada en medio de la oscuridad total que consume su corazón. Mientras tanto, la luna trata dejar de llorar para no enfurecer a la marea que azota la costa mientras el sol busca esconder su enojo para no destruir las verdes praderas rodeadas de aire fresco.
Para ellos, el tiempo pasa y el alma se envenena, el tiempo no para, hasta que la muerte les condene, el tiempo podría volverse una cura pero jamás un sacerdote que cree en una perpetua unión de sus almas celestiales.
En silencio, a la distancia y sin verse a los ojos se vuelven compañeros de vida esperando en algún momento cruzarse para llorar sus penas juntos, tratando de entender qué han hecho para que su resplandor no sea suficiente para los seres que logran observar. Cada milla que cruzan solos se vuelve más pesada, donde su cuerpo adolece y su mente entristece. El escondite es un juego de niños y un castigo para quienes han crecido lo suficiente para saber que la soledad condena.
-Andrea Lucía @meetmywords

Deja un comentario